Ayer estuve ordenando. Tiré las epicrisis de más últimas internaciones de los chicos, acomodé informes, presupuestos, boletines y certificados. Y empecé a angustiarme. O capaz sólo es la anemia. Me cuesta mucho distinguir entre ambos estados porque mi cuerpo lo siente igual. Tampoco es que sean excluyentes. Yo creo que esta vez fue angustia.
También pienso que lo puedo sentir porque ya todo está más claro. Tal vez, al ver todos los papeles, por un momento fui consciente de todo lo vivido.
A veces me asusta este cansancio porque mis hijos necesitan una madre entera. Pero me alegra saber que puedo sentir, que no soy tan de «piedra» como muchas veces las terapeutas me han dicho. Me resultaba muy fácil seguir al pie de la letra lo que me decían que debía hacer para ayudar a mis hijos. Nunca sentí pena por ellos, eso hizo que fuera muy fácil actuar de forma fría ante un berrinche o una autoagresión. Pero eso no es del todo bueno. Yo entiendo por qué, de pronto mi hijo mayor actúa de determinada manera y aún así, no me pongo en su lugar. Quisiera cambiar eso.
Ahora es distinto. Con cada hijo voy cambiando. Muchas veces me encuentro reforzando conductas inapropiadas porque estoy cansada. Otras, me doy cuenta que no hago todo lo que está a mi alcance para ayudar a los chicos. Me pregunto si es porque no lo necesitan o porque yo me convenzo de que es así. Debería sentirme mal, pero el agotamiento es mayor que ese sentimiento. Tal vez sea muy egoísta, tal vez, otra vez, sea la anemia.
Es gracioso hasta para mí no poder distinguir entre estados de ánimo y de salud. Pero en el cuerpo se siente igual. A veces pienso que me quedó anémica justamente para tener un análisis que confirme que en realidad estoy angustiada y que necesito pensar por qué.
Yo sé que quiero a mis hijos, se que han pasado muchas cosas que nos afectan a todos pero que quienes más lo sufren son ellos. Sé todo eso, lo puedo pensar, pero qué difícil es sentirlo!
Texto de Marina